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Lina Chaparro-Marnez Los Desaos a la Democacria Contemporánea
Los Desafíos a la Democacria
Contemporánea
Os Desafios para a Democracia Contemporânea
The Challenges for the Contemporary Democracy
Lina Chaparro-Martinez1
DOI: 10.5752/P.2317-773X.2022v10.n2.p7
Recebido em: 10 de outubro de 2022
Aprovado em: 14 de novembro de 2022
Una creciente literatura, desde hace ya varios años, sostiene que
presenciamos un periodo de recesión de los valores democráticos (MU-
LIRO, 2017; LEVITSKY & ZIBLATT, 2018; PRZEWORSKI, 2019), que se
entiende como la disminución en el ritmo de avance y de los logros ocur-
ridos durante la tercera ola de democratización global (DIAMOND, 2015;
DIAMOND, 2016; MØLLER & SKAANING, 2013).
Sin embargo, estos procesos parecen responder más a las dimicas
internas de los Estados que a un proceso generalizado de desprecio por
los regímenes democráticos (e.g., CHAGAS-BASTOS, 2019; MUTZ, 2018;
MACDOUGALL, FEDDES & DOOSJE, 2020), las transformaciones de
la política global también han dicultado —y lo hacen cada vez más— el
mantenimiento y generación de nuevos pactos democráticos. Para com-
prender la disminución en el apoyo a la democracia, asumo como punto
de partida sus orígenes, teniendo en cuenta las diferencias del modelo
democrático liberal frente a los regímenes autoritarios de matices de iz-
quierda o de derecha. Argumento que los eventos en los que se presencia
insatisfacción con la democracia y el desempeño económico afectan el
proceso de construcción de Estado, por cuanto se excluye o incumplen
los benecios prometidos a los actores inmersos en dicho proceso, deriva
en una crisis de legitimidad.
El presente ensayo contribuye al alisis de la forma en que la de-
mocratización ha interactuado en los procesos de construcción de Estado,
y rastrea la forma en que ayuda a explicar una eventual recesión demo-
crática. Para ello, en primer lugar, se presenta una reconstrucción de los
distintos argumentos teóricos que han logrado presentar a la democracia
liberal como un modelo superior a los regímenes autoritarios de derecha
e izquierda. A continuación, se revisa críticamente los principales apor-
tes en materia de estudios sobre las transiciones y la consolidación de la
democracia. En la sección tres, se hace una revisión del estado del arte de
1. Doutora em Ciência Política pela
Universidade de Los Andes. E-mail:
lp.chaparro2@gmail.com.
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la literatura sobre la naturaleza de la crisis democrática contemponea.
Finalmente, se hace un recorrido sobre las perspectivas de superar la cri-
sis democrática actual en América Latina.
La democracia liberal como modelo superior
Lipset (1981) dene la democracia como un régimen político que
consiste en el gobierno del pueblo, y que se da principalmente bajo la
forma de modelos de consensos sobre principios mínimos que regulan
la competencia natural entre los actores políticos —como instrumento
de resolución última de los conictos sociales, a través de mecanismos
institucionales formales (véase también ELIAS, 1998). En sus trabajos se-
minales, Lipset (1959; 1981) plantea el debate de la democracia como un
sistema político que una vez establecido se concentra en la creación de
apoyos sociales (instituciones) para garantizar su existencia. Teniendo en
cuenta este punto de partida, en esta sección reviso los distintos argu-
mentos teóricos que han logrado presentar a la democracia liberal como
un modelo superior a los regímenes autoritarios (de derecha e izquierda).
En este sentido, es fundamental contextualizar la democracia para
mover las reexiones sobre la relación entre los diseños lineales causales
uni-direccionales, a diseños que reconozcan su contexto e incluyan en el
alisis los diversos procesos, su temporalidad y la secuencia de eventos
como variables relevantes.
Con el n de la Guerra Fría, procesos de democratización arran-
caron en regiones del mundo donde antes regímenes autoritarios — de
derecha e izquierda — dictaban el orden del día (HUNTINGTON, 1991).
Distintos argumentos teóricos han logrado presentar a la democracia li-
beral como un modelo superior a los regímenes autoritarios, así como
su consolidación y la relevancia (COLLIER, 1979; O’DONNELL, 1973;
O’DONNELL, SCHMITTER, & WHITEHEAD, 1986).
Estudios comparados muestran a partir de la revisión de la eviden-
cia empírica la existencia de una correlación positiva entre desarrollo y
democracia de acuerdo con la cual el surgimiento de regímenes demo-
cráticos se da en países con diferentes niveles de desarrollo económico
(COLLIER & LEVITSKY, 2009).
La literatura desde el análisis institucional ha mostrado la necesidad
de contar con reglas constitucionales estables que transmitan dicha esta-
bilidad a la democracia con independencia del comportamiento del desar-
rollo económico (BOIX, 2003; CAREY, 2000; GINSBURG, 2015; LINZ &
VALENZUELA, 1994). También, se ha prestado atención a la importancia
del mantenimiento de elecciones competitivas (EMGERMAN & SOKO-
LOFF, 2002; PRZEWORSKI, ALVAREZ, & LIMONGI, 2000), la redistri-
bución del ingreso (PRZEWORSKI & LIMONGI, 1997), y la protección
de los derechos a la propiedad (ACEMOGLU & ROBINSON, 2006) para
el alisis de la democracia. Además, se ha conrmado la hipótesis de la
democracia como modelo superior útil al funcionamiento del estado de
derecho, contra la corrupción y fortalecimiento de la burocracia como in-
dicadores de gobernanza que impactan el crecimiento económico (BOIX
& STOKES, 2003; KEEFER & KNACK, 1997).
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Por otra parte, estudios histórico-comparativos han sugerido que
una secuencia de condiciones históricas en el capitalismo temprano hizo
posible la democracia en lo que se considera el inicio de procesos de de-
mocratización. Por ejemplo, Rueschemeyer, Huber, y Stephens (1992)
señalan como variables principales el aumento de la complejidad de las
sociedades, y los procesos de industrialización. De mismo modo, Lipset
(1959, 1981) indica que la democracia orece y se consolida a partir del
surgimiento de una clase media, formación y fortalecimiento de burocra-
cias tecnicadas, el favorecimiento a la creación y consolidacn de par-
tidos políticos democráticos, movimientos sociales, laborales y sindicales
— que también contribuyen/ron al reacomodo de las fuerzas políticas al
interior de los Estados, desconcentrando el poder de la gura del dictador
o del gobierno autoritario y restándole efectividad.
Este marco teórico ubica en el centro del alisis las relaciones de
poder entre los actores y deenden la democracia como un mecanismo
legítimo de solución de desacuerdos mediante el reconocimiento de la
pluralidad de los valores sociales (DAHL, 1971). Además, estos autores
coinciden en señalar que los estratos superiores (LIPSET, 1981), las clases
altas terratenientes (MOORE, 2015; RUESCHEMEYER ET AL., 1992), y
las élites económicas y políticas (ACEMOGLU & ROBINSON, 2006) pue-
den actuar como ‘enemigos de la democracia’, en los eventos en los que
ésta implique riesgos para sus intereses y privilegios (e.g., costos de mano
de obra barata, la propiedad, o la redistribución del ingreso), pero tam-
bién como ciertas conguraciones y alianzas entre distintas clases pue-
den fortalecer y hacer más estable la democracia.
Otra forma de agrupar los estudios sobre la democratización es dis-
criminando entre aquellos que revisaron sus causas, considerando fac-
tores exógenos —como la consolidación del modelo de Estado liberal, la
dependencia económica, la integración al global, entre otros —, demos-
trando que el impacto de las estructuras transnacionales de poder fue
mayor en algunas regiones como América Latina que en otras. Lo que
implica efectos negativos para el proceso de democratización y de desar-
rollo económico.
Huntington (1968), desde una perspectiva de la economía política,
sostiene que el desarrollo económico es factor explicativo de la demo-
cratización de las sociedades. El autor parte del supuesto de acuerdo con
el cual la gradual diferenciación y especialización de las estructuras so-
ciales (mediante procesos de industrialización, urbanización, educacn,
comunicación, movilización social y política) y cambios sociales impul-
san cambios en los actores en juego en cada sociedad, lo que deriva en el
surgimiento de la democracia —su acumulación progresiva y sostenida
en el tiempo, y en última instancia, en un proceso de consolidación de-
mocrática.
Estas explicaciones, con el debido cuestionamiento crítico, podrían
llevar conclusiones limitadas. Por ejemplo, se ha argumentado que la de-
mocracia sería sólo una consecuencia posible del funcionamiento de-
ciente de los regímenes autoritarios (O’DONNELL, 1973). También, que
un Estado desarrollado es necesariamente democrático, con independen-
cia de las disputas entre los actores que interactúan en él. Finalmente, que
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una vez alcanzada la democratización y promovido el desarrollo econó-
mico, es esperable un desempeño similar entre Estados que compartan
tales características.
La evidencia de los estudios empíricos sugiere que a un Estado
autoritario no le basta el desarrollo económico para iniciar o alcanzar
un proceso de democratización, por el contrario, las dictaduras pueden
sobrevivir durante varios años en países con buen desarrollo ecomi-
co siempre que el régimen político no signique riesgos para las élites
(económicas, militares y/o políticas) que sostienen el régimen político. Lo
contrario también sería posible: que el desarrollo económico sea conse-
cuencia de los factores que impulsan la democratización — es decir, que
el crecimiento en los ingresos en una dada economía se presente como
consecuencia del surgimiento de nuevas clases sociales, y sus procesos de
burocratización, urbanización, tecnicación y movilización social, en un
régimen político que cada vez les reconozca más y garantice su participa-
ción en las decisiones de la vida del Estado (ACEMOGLU, JOHNSON, &
ROBINSON, 2002; PRZEWORSKI & LIMONGI, 1997). Adicionalmente,
algunos autores señalan que el desempeño de las democracias y los acto-
res que interactúan en Estado con este régimen político es heterogéneo
(HAGOPIAN & MAINWARING, 2005; OLSON, 1965).
En suma, la literatura sobre democracia como régimen político
muestra la importancia de ubicar la en el contexto en el que surge, de
manera que se reconozca la naturaleza progresiva de su surgimiento y
consolidación. Sin embargo, con la caída de los regímenes democráticos
y el consecuente surgimiento de regímenes autoritarios en la región la-
tinoamericana a partir de los 1970s, la atención de los estudiosos de la
democracia migró hacia la revisión de las razones que explican la super-
vivencia y los retrocesos de la democracia (HAGOPIAN & MAINWA-
RING, 2005), en términos de la revisión de los factores explicativos de la
transición hacia, y consolidación de, la democracia. Sobre esta cuestión
nos ocuparemos en la siguiente sección.
Transiciones y consolidación de la democracia
Boix (2003) argumenta que la posibilidad de causalidad reversa en
los procesos democráticos en sociedades capitalistas produjo una revisión
del canon teórico en los estudios sobre la democracia. La laguna central
en los debates sobre transiciones y consolidación de la democracia se da
por la falta de caracterizar de manera adecuada las preferencias de los
actores políticos inmersos en dichos procesos, y dejar sin respuesta, por
ejemplo, las preguntas por la ocurrencia de violencia política generaliza-
da y la violencia tras la variación de niveles de ingreso, y el surgimiento
de democracias en sociedades sin modernización ecomica. En esta sec-
ción revisamos los principales aportes de autores en materia de estudios
sobre las transiciones a, y la consolidación de, la democracia.
De modo general, las críticas teórico-metodogicas avanzan en
cuatro sentidos. Primero, el estiramiento conceptual del concepto ‘de-
mocracia. Segundo, la exclusión de variables relevantes para aprehender
el proceso democrático. Tercero, la errónea generalización de sus conclu-
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siones y problemas de sesgo en la selección. Por n, la acusación una falla
de endogeneidad en la misma.
Regímenes con características diversas y que no necesariamente
correspondían a regímenes políticos democráticos — y por tanto com-
parables — fueron considerados en modelos estadísticos como ‘demo-
cracias’ sin que si hubiera una diferenciación cualitativa previa. Este es-
tiramiento conceptual ha conducido a equívocos en las inferencias so-
bre el surgimiento, mantenimiento y consolidación de las democracias
(COLLIER & MAHON, 1993) y derivó en la proliferación de adjetivos a
la democracia intentando conservar una unidad articial (COLLIER &
LEVITSKY, 1997). Lo anterior resulta, por tanto, en una distinción entre
deniciones sustantivas (DAHL, 1971; SCHUMPETER, 1947) y procedi-
mentales (SCHMITTER & LYNN, 1991) de la democracia.
La crítica que se ha planteado sobre la exclusión de causas relevan-
tes al estudio de la democracia sostiene que no hay evidencia que expli-
que el privilegio del desarrollo económico como factor explicativo de la
consolidación de la democracia por sobre otros factores posibles (ACE-
MOGLU ET AL., 2002). Estos argumentos muestran que la transición de
un régimen no democrático a uno democrático se explica por una miría-
da de causas internas y externas (e.g., la guerra, la muerte del dictador, el
fraccionamiento de las élites, la pérdida de legitimidad del régimen au-
toritario, crisis económicas, etc.; O’DONNELL, 1973; PRZEWORSKI &
LIMONGI, 1997). Del mismo modo, este tipo de explicaciones no toman
en consideración factores explicativos exógenos de total relevancia. Por
ejemplo, no consideran los modelos explicativos el rol que juega lo inter-
nacional en el desarrollo económico, esto es, su inuencia en la adopción
de modelos de cooperación, nanciación e integración internacional a
países que atraviesan transiciones democráticas.
Por otro lado, la crítica que se dirige a la errónea generalizacn
de los procesos de transiciones y consolidación de la democracia señala
que equivaldría a sostener que todos los países que alcanzaran ciertos
niveles de riqueza económica derivarían de manera automática en la con-
solidación de sus regímenes democráticos — sin que se haya explicado de
manera satisfactoria el modo en que el nivel de ingreso per cápita puede
explicar el surgimiento de regímenes democráticos (BOIX, 2003).
Si bien es cierto que los países de mayores niveles de desarrollo eco-
nómico son, casi en su totalidad, democracias consolidadas, se desconoce
la evidencia de casos desviados (BOIX & STOKES 2003; KEEFER, 2007).
El punto fgil de estas aproximaciones consiste en usar los mismos casos
para el desarrollo y el testeo de su teoría y, por tanto, incurrir en un sesgo
en la selección (MAHONEY, 2007). Respecto de la evidencia, muestran
que puede ocurrir que el proceso de desarrollo económico implique ries-
gos a la democracia por la vía de la insatisfacción frente a un régimen
político democrático que acentúe desigualdades.
La evidencia de los procesos de democratización es que estos proce-
sos no se dan exclusivamente en sociedades que han mejorado su desem-
peño económico. Por el contrario, varios procesos de democratización,
como los que se han dado tras el n de conictos armados o los que se han
adelantado sin modernización ecomica previa, cuestionan la necesidad
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que predican. Aún más, estos estados se tardaron (o permanecen) adelan-
tando sus esfuerzos en materia económica para mejorar su desempeño y
llegar al desarrollo, mientras el proceso de democratización, de la mano
de un diseño institucional que lo estructuró, se adelantaba. Estos casos
muestran cómo desarrollo económico y democracia funcionan como dos
factores que ayudan a explicar el proceso de construcción de estos esta-
dos, ambos, en clave de garantizar la estabilidad de las sociedades que
han logrado nuevos pactos para la superación de un pasado autoritario.
Finalmente, las críticas más fuertes se han presentado sobre la en-
dogeneidad y sesgo en la seleccn de estudios de casos sobre transicio-
nes y consolidación de la democracia. La selección de estas explicaciones
conduciría a estimaciones sesgadas, como fue puesto de presente por Pr-
zeworski & Limongi (1997), cuando señalaron que los estudios que consi-
deraron democracia y desarrollo, cada una, como variable explicativa de
la otra, llegaron a la misma conclusn: que el desarrollo puede ser tan-
to causa como consecuencia de la democracia (véase también COLLIER
& MAHONEY, 1996). Por ejemplo, Geddes (2006) propone que la forma
en que los casos que escogemos pueden marcar los resultados que obte-
nemos (sesgo de selección). La autora revisa los trabajos de O’Donnell
(1973), Cardoso & Falleto (1975) y Evans (1979) para señalar que mientras
O’Donnell encuentra que la transición de una fase de sustitución de im-
portaciones a una de capitalismo intensivo creó la necesidad de bajar el
consumo y la demanda por reprimir a los trabajadores, Cardoso, Falleto
y Evans concluyeron que la represión laboral atrajo la inversión extran-
jera, lo que a su vez, impulsó la democratización y el crecimiento —no
incluyeron en sus estudios, todavía, otros países en los que no se hubiese
presentado represión laboral, por lo que no se puede descartar que en
estos países también se hallan alcanzado altos índices de desarrollo y cre-
cimiento.
En otra línea crítica a los estudios de transiciones y consolidación
de la democracia, enfoques desde la sociología política han privilegiado la
explicación de acuerdo con la cual el desarrollo económico es una de las
características de las democracias estables (LIPSET 1959, 1981), por cuan-
to una masa empobrecida gobernada por una pequeña élite fortalecida,
resulta en regímenes políticos no democráticos, o bien en el gobierno
de las élites (oligarquía) o bien en una tiranía; en el marco de las que se
han denido como explicaciones endógenas sobre el funcionamiento de
la democracia.
Estas explicaciones, pretenden superar las críticas referidas a la ge-
neralización de explicaciones, señalando que si bien es posible que en paí-
ses con bajo niveles de desarrollo económico —como en los países en los
que se presentan las olas de democratización— se den las democracias,
existe una mayor probabilidad de que regímenes democráticos sobrevi-
van en aquellos estados en los que se presenta un mayor desarrollo eco-
nómico, sin que pueda sostenerse que este factor explicativo debe privile-
giarse sobre otros (O’DONNELL, 1996). Para esta línea de explicaciones,
las democracias sobreviven, pero no aparecen en un país cuando éste ya
es ‘moderno’ (en términos de su modelo económico). Por el contrario, no
puede armarse la existencia de una correspondencia estructural entre
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desarrollo y democracia que explique su persistencia en el tiempo, por lo
que se trata más de un mutuo reforzamiento (HAGOPIAN & MAINWA-
RING, 2005; PRZEWORSKI & LIMONGI, 1997; RUESCHEMEYER ET
AL., 1992).
Otra línea de investigacn se concentra en revisar la democracia
como una forma de equilibrio institucional (O’DONNELL ET AL., 1986),
al ser el resultado de un pacto contingente, ‘solución negociada’ o forma
de consenso entre grupos contendientes (LIJPHART, 2012), otorgándoles
una posición preestablecida en el diseño democrático, que de mantenerse
en el tiempo, se explica por el comportamiento estratégico de los acto-
res (PRZEWORSKI, 1991; WEINGAST, 1997), o por un cálculo del costo
de oponerse a la democracia (DAHL, 1971). En este sentido, este marco
teórico, también resalta la importancia de especicar los actores en juego
y sus preferencias y recursos políticos para la construcción de una teoría
completa sobre las transiciones a la democracia (Boix, 2003).
La crisis democrática contemporánea
Aunque en años recientes las críticas a la democracia se han vuelto
más ruidosas — sobretodo por el fenómeno de las redes sociales — y visi-
bles — en particular por los eventos del Brexit y de la elección de Donald
Trump a la presidencia de los Estados Unidos en 2016 —, éste no es un
fenómeno nuevo. De hecho, las críticas al vigor de la democracia no son
recientes. Revisamos en esta sección, desde diferentes puntos de vista, los
factores más importantes para desvelar la naturaleza de la crisis democrá-
tica contemporánea.
Las sospechas sobre el declive de la democracia en la última década
se basan principalmente en la evidencia del surgimiento de nuevas for-
mas de populismo de la mano de líderes carismáticos y anti políticos en
varios países del mundo, la revolución contra los partidos (DRAKE, 1982;
STOKES, 1997), la renovación del apoyo a los regímenes autoritarios
(MICKLETHWAIT & WOOLDRIDGE, 2014; DIAMOND, PLATTNER,
& WALKER, 2016), la disminución generalizada de la calidad de las de-
mocracias, la consolidación de formas de autoritarismo competitivo (LE-
VITSKY & WAY, 2010), las acciones más coordinadas y decididas de los
autoritarismos más poderosos — China, Russia, In, Arabia Saudí y Ve-
nezuela — en el escenario global (DIAMOND ET AL., 2016; ORJUELA,
CHAGAS-BASTOS, CHENOU, 2017) y la decepción ante las expectativas
generadas por eventos de carácter ‘revolucionarios’ como la Primavera
Árabe (MAINWARING & PÉREZ-LIÑÁN, 2015).
El escepticismo reciente sobre el funcionamiento de la democracia
en el mundo bajo la etiqueta de recesión democrática se explica en par-
te por las altas expectativas generadas en torno al funcionamiento de la
democracia como ‘the only game in town’ (LINZ & STEPAN, 1996; PR-
ZEWORSKI, 1991) y sus promesas de mejora en las condiciones de vida
sociales y económicas (NORRIS, 2011; PRZEWORSKI, 2010), en demo-
cracias que no contaban con la capacidad de cumplir con dichos desafíos.
Sobretodo, ante la evidencia de la violencia sobre las que están construi-
das, como formas de coerción institucionalizada (MANN, 2005).
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Las quejas sobre las instituciones democráticas se presentan sobre
las fallas del Estado en el cumplimiento de algunas de sus funciones bá-
sicas como las relativas a la paz, la seguridad, la garantía de derechos
fundamentales, principalmente, como promesa realizable de la mano de
la implementación de un modelo económico que hiciera posible la redis-
tribución (ACEMOGLU & ROBINSON, 2006; BOIX, 2003; FUKUYAMA,
2014; FUKUYAMA, 2015). Los Estados que funcionan bajo el modelo de
democracia liberal deben anticiparse al intercambio entre redistribución
y crecimiento (PRZEWORSKI, 2010). En otras palabras, regular perma-
nentemente las preferencias de tal manera que todas tengan cabida, sin
eliminar aquellos grupos que deenden otros intereses, incluso en un
sistema económico que se basa en la competencia por recursos escasos.
Sin embargo, no sólo no han fallado en hacerlo, sino que disminuyen
aún más sus posibilidades en contextos de altos niveles de clientelismo
(O’DONNELL, 1996) y corrupción (KEEFER, 2007).
En este sentido, esta propuesta resalta el papel del Estado democrá-
tico como cabeza directora de la economía de los países y como lugar de
encuentro y denición de conictividades sociales y visiones del mundo
para la denición de la forma de gobierno (ELIAS, 1998). En otras pala-
bras, un actor con el que otros interactúan y al que buscan inuir para
posicionar sus preferencias sobre las de otros — y se reere a los actores
y sus agendas en relación con el proceso de construcción de estado desde
esta perspectiva, para la explicación de la pérdida de apoyo de los regíme-
nes políticos democráticos en la actualidad.
Asimismo, no hay duda de que el populismo se maniesta en am-
bos lados del espectro político. Cada uno tiene sus encuadres comunes de
quiénes son ‘la élite, es decir, ‘los enemigos del pueblo’. El populismo de
izquierda tiende a resaltar los problemas socioeconómicos (e.g., desigual-
dad, desempleo) mientras que el populismo de derecha generalmente
pone más énfasis a los temas socioculturales (e.g., inmigración, seguri-
dad, corrupción; MUDDE, 2010).
Estudios desde diferentes orillas teórico-metodológicas muestran
que la relación entre democracia y desarrollo económico se vuelve de ma-
nera inevitable sobre el Estado, dado que la justicación que subyace a las
políticas gubernamentales se ja en un futuro lejano convirtiendo al ciu-
dadano en el juez de sus propios intereses (MANIN, PRZEWORSKI, &
STOKES, 1999). Lo anterior implica reconocer que las trayectorias políticas
de los estados están profundamente inuenciadas por procesos de negocia-
ción, resistencia y colaboración, con otras fuerzas sociales, económicas, po-
líticas y militares, supraestatales y subnacionales (O’DONNELL ET AL.,
1986). En este sentido, el incumplimiento de la promesa implica el cuestio-
namiento del funcionamiento del mecanismo institucional y su revisión
para el n de la construcción del Estado. Cuando la capacidad del sistema
para mantener la creencia sobre la conveniencia de las instituciones demo-
cráticas como las más apropiadas para la sociedad, falla, la crisis de legiti-
midad del régimen de gobierno es la consecuencia inmediata al poner en
entredicho su eciencia para la proteccn de las preferencias de los actores
que acuerdan la democracia como forma de gobierno (BOIX, 2003; BOIX
& STOKES, 2003; LIPSET, 1981; MCADAM, TARROW, & TILLY, 2001).
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Tras la ‘contra ola’ a la tercera ola de la democratización de los años
2000’s (HUNTINGTON, 1991) y el marchito desenlace de la Primavera Ára-
be, la pregunta por la pérdida de la legitimidad, entendida como disminución
del apoyo de las sociedades en que se implantaba la democracia, cobró una
nueva relevancia. Con el surgimiento de las nuevas democracias, pareció de-
jarse a un lado que “las nuevas democracias (...) necesitan de la legitimidad
para construir instituciones, y de las instituciones para establecer legitimi-
dad, sobrecargando las expectativas sobre la capacidad transformadora de las
democracias, y derivando en crisis de gobernabilidad (SCHMITTER, 1994).
En esta línea de alisis, autores como Norris (2011) sostienen que,
aunque es de esperarse que el apoyo difuso a la democracia fuera estable
en el tiempo y de mayor duración que el de dichos actores, asistimos a
un movimiento en el sentido contrario. La brecha entre las aspiraciones
de la sociedad del régimen democrático (la demanda de democracia) y
su grado de satisfacción con el desempeño real del régimen (la oferta del
régimen democrático), explica la crisis del estado liberal lo términos aquí
planteados de su legitimidad.
El apoyo a las democracias se ha visto disminuido también por el
deciente desempeño económico de los Estados. Factores como la esta-
bilidad económica (KOTZIAN, 2011), niveles de inequidad económica
(KRIECKHAUS, SON, & BELLINGER, 2014), la corrupción (KEEFER,
2007) y la participación en mercados internacionales (RUDRA, 2005), im-
pactan el apoyo a la democracia como régimen político del estado. Si-
tuación que contrasta con el éxito económico de regímenes no democrá-
ticos como del modelo de desarrollo autoritario de China como nuevo
contrapoder hegemónico global que trabaja contra la democracia liberal
(NATHAN, 2016), por lo que esta lectura se separa de las propuestas que
sostienen una diferencia entre el impacto del desarrollo económico en
democracias ricas y pobres.
A partir de la evidencia empírica, algunos estudios comparados
han demostrado que el retroceso sobre la legitimidad de la democracia y
el desarrollo económico se presenta no solamente en aquellos países en
los que la construcción de estado atraviesa mayores amenazas o presenta
fallas, sino, por el contrario, la pérdida de la conanza sobre el funciona-
miento de las instituciones democráticas y las instituciones del desarrol-
lo capitalista global, ocurre principalmente en sociedades ubicadas en el
mundo desarrollado (INGLEHART & WELZEL, 2005). La inclusión de
la obligación de rendición de cuentas de los gobiernos a sus ciudadanos,
en lugar de fortalecer la democracia terminó por debilitarla (SCHMIT-
TER & LYNN, 1991). Los fallos no fueron atribuidos a los actores que
interactuaban en ella, y en concreto a los gobiernos, sino al régimen, y
su incapacidad acumulada en las materias sustantivas; la democracia ter-
minó funcionando como ‘electoralismos’ en los que los ciudadanos par-
ticipan, pero de cuyos resultados políticos pueden esperar y exigir poco.
La tragedia de la democracia entonces es que es un mecanismo que
trata a todos los participantes por igual, pero, cuando individuos desi-
guales son tratados en forma igualitaria, su inuencia en las decisiones
colectivas es desigual, conrmado que al nal, “la democracia moderna
es un sistema elitista” (PRZEWORSKI & MANIN, 1999, p. 4).
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Superar la crisis democrática actual en América Latina
Pérez-Liñan (2009) argumenta que ha surgido un nuevo patrón de
inestabilidad política en la región. Las crisis políticas sin ruptura constitu-
cional o del orden político se han convertido en ‘acontecimiento común’
— teniendo como expresión máxima de esta tendencia el juicio presiden-
cial frecuente (e.g., Paraguay en 2012, Brasil en 2016, y Perú entre 2018
y 2020). El autor también señala la literatura sobre la democracia en la
región por mucho tiempo se ha concentrado en analizar la supervivencia
de los regímenes, poniendo poca atención a la naturaliza de la crisis de los
procesos democráticos. A la luz de lo expuesto en las secciones anteriores,
cabe analizar cómo la crisis de la democracia en Latinoamérica se ha de-
sarrollado en los últimos veinte años.
En este sentido, más recientemente, un esfuerzo concertado de la li-
teratura sobre democracia ha emergido buscando comprender la natura-
leza de la crisis democrática contemporánea. Se han planteado una miría-
da de hipótesis sobre cómo las democracias se pueden acabar. Levitsky y
Ziblatt (2018), Runciman (2018), y Brennan (2016) plantean en sus trabajos
que muchos de los intentos contemponeos para socavar democracias
consolidadas y no consolidadas (e.g., EE. UU, o Venezuela) vienen desde
adentro, por medios legales que poco a poco erosionan normas escritas
y no escritas del rito democrático. Por no haber un momento de ruptura
claro — como un golpe, por ejemplo—, los ‘alarmas’ de la sociedad no
suenan, y se permite entonces que la democracia entre en una especia de
crisis silenciosa.
Si bien los regímenes autoritarios han desaparecido en América
Latina (LEVITSKY & WAY, 2010; MAINWARING, & PÉREZ LIÑÁN,
2013), sus democracias atraviesan una crisis en medio de la debilidad
institucional, gobiernos con rasgos autoritarios, y un pobre desempeño
económico. Entre las varias razones que explican esta crisis, la falta de
ecacia o efectividad de los gobiernos se muestra como la más aguda, en
particular tras la crisis económica de 2007-8 y el n del boom de comodi-
tas (HAGOPIAN & MAINWARING, 2005). Las obligaciones en materia
de endeudamiento y el aumento del gasto público, principalmente en los
gobiernos populistas (de ambos los matices) en América Latina, han im-
pactado de manera negativa el gasto social y la garantía de los derechos
fundamentales y los mínimos vitales de sus poblaciones.
En consecuencia, sectores signicativos de la población han deni-
do como incompatibles sus intereses con los de sus gobiernos cuestionan-
do la capacidad de representación de estos, desde hace ya varias décadas.
Esta insatisfacción con la dimensn electoral-representativa de la demo-
cracia se ha traducido en una creciente movilización social que persigue
sus propios intereses por vías no institucionalizadas y denuncian nuevas
formas de opresión (DE SOUSA, 2001). En respuesta, los gobiernos han
interpretado estas manifestaciones como ataques o graves amenazas a su
poder, reaccionando de forma hostil con la invocación el uso de la fuerza o
la coerción, en una tendencia creciente de traer a la democracia soluciones
militarizadas, en lo paradójico uso gradual y legal de las instituciones de-
mocráticas, para fragilizar la democracia (LEVITSKY & ZIBLATT, 2018).
17
Lina Chaparro-Marnez Los Desaos a la Democacria Contemporánea
La represión violenta por parte de los gobiernos de los movimientos
locales y globales que se enraízan en emociones colectivas de injusticia,
a través de las Fuerzas Militares por parte de los gobiernos, signicado el
alto costo del aumento en el número de afectaciones de derechos huma-
nos — y, por tanto, en víctimas —, en una región con un pasado de dicta-
duras militares, lo que a su vez ha agudizado el rechazo a la democracia
como mejor sistema de gobierno.
Sin embargo, corresponde hacer un balance sobre los costos de
reprimir/tolerar la oposición y la participacn. Los procesos de cambio
político que se adelantan en la región requieren la ampliación de las opor-
tunidades para el debate por medio de la participación ciudadana, que en
términos de Dahl (1971) conduzca a una situación de competitividad en el
régimen democrático y fortalezca el estado de Derecho, en un ambiente
de contención institucional por parte de los representantes (LEVITSKY
& ZIBLATT, 2018).
Las perspectivas para superar la crisis democrática actual en Améri-
ca Latina van a la mano de lo que se ha recorrido en la literatura sobre
estudios de la democracia desde los años 1970, pero con la memoria de la
experiencia del Pink Tide en los 2000. Sobretodo, la como se ha señalado
anteriormente, la naturaleza de la crisis democrática en la región tiene
como elemento crucial los elevados niveles de desigualdad. La erosión
institucional lenta se vuelve imperceptible a los ciudadanos cuando las
preocupaciones por supervivencia se sobreponen a las preocupaciones
con participación política y accountability.
En este sentido, no sorprende que los nuevos gobiernos conserva-
dores elegidos desde 2010 apliquen las mismas soluciones a la crisis econó-
mica que sus pares progresistas del pasado, o que aún están en el poder:
una dstica profundización de la explotación de los recursos naturales
y agroexportadores. De mismo modo, las reformas tributarias redistri-
butivas también tienen un rol central y deberían aliviar a quienes menos
ganan y gravar los ingresos y patrimonios más elevados —aún que no
se pueda establecer relaciones causales, Levitsky y Ziblatt señalan que la
caída de la clase media tiene papel central en los niveles de participación
y monitoreo ciudadano de las instituciones.
El principal desafío para superar la crisis democrática actual en
América Latina, así como en otras partes del mundo, es, entonces, en-
carar las reformas estructurales hasta ahora retrasadas y reducir la desi-
gualdad social, lo que permitiría recuperar la participación ciudadana y
reforzar la institucionalidad democrática en la región.
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